martes, 5 de agosto de 2008

El fin del mundo

Con su rancio abolengo y su hablar campechano, se dirigió a mí el mayor beodo del pueblo. Venía de la cantina y apenas podía sostenerse en pie, tal cantidad de vino había tomado. Le pregunté qué quería. "Hoy el almanaque marca el 5 de agosto de 2008, así que debo advertirte que es el último día". "¿Él último día?", pregunté atónita sin saber a qué se refería el pedazo de berberecho de Fermín. "Sí, el día del juicio final" me dijo con desdén. Me hizo gracia y me reí a carcajadas, cosa que a Fermín no pareció agradarle, por lo que me espetó "¡¡vete a freir espárragos con grelos!!, pero luego no me digas que no te lo advertí". "Esta bien, Fermín, ¿y cuándo y dónde dices que se celebrará el dichoso juicio?". "Pues aquí mismo, frente a la puerta del Ayuntamiento, justo donde antes estaba la fuente con la piedra de molino". Decidí quedarme al lado de Fermín esperando la llegada de Dios, de los jueces o de lo que fuera que él esperaba. Perdí la cuenta de cuántas veces habían sonado las campanas, "¿cuántas horas habrán pasado, Fermín?". De repente el cielo se apagó y se hizo un silencio absoluto. Fermín temblaba junto a mí y yo estaba completamente aterrada. Tras unos segundos que se hicieron eternos vimos como el sol aparecía de nuevo, mientras la luna se ocultaba. "¡Te lo dije!", bramó Fermín junto a mi oído y yo, presa del pánico, desperté. Habíamos presenciado el juicio final.

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