Hay besos... y besos.
Todo estaba en silencio. De repente, en el asiento de delante empecé a escucharlos. "¡Oh, dios mío", me dije, "que se duerman o que me duerma yo antes!". Eran como los besos de las abuelas, sonoros y repetidos. No paraban. Me concentré en el libro, pero nada, no conseguía seguirle el hilo con tanto besuqueo. Cerré los ojos y procuré dormir. Se metieron en mis sueños, se multiplicaron por el autobús y no pude sacarlos de allí hasta el día siguiente.
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